El lamento de Gaira
- Dianny Rincón
- 3 oct 2016
- 2 Min. de lectura

Recuerdo cuando mi madre La Sierra Nevada, me invitó a expandirme por sus faldas, era yo entonces, una niña entusiasmada que hacía rugir con gran fulgor mis aguas, en medio de una cuenca la cual me poseyó por mandato de la madre misma. Árboles, piedras, arena suave, estaban a mi costado y alrededor. Una vana hipérbole se viene a mi cabeza –aquella luz que día a día me levantaba y me acordaba que mi lugar en el planeta consistía en abastecer a mis amigos-.
Así, transcurrió durante unos miles de años. Entonces un día, un sonido estridente que provenía de la picada colina me hizo despertar, unos seres, poco comunes, pintados, no eran animales, producían sonidos elocuentes, con una intencionalidad desconocida para mí. Estos se convirtieron en un limitado espacio de tiempo dueños del territorio. No me molestaba.
¡Oh, no! Algo en mis últimas corrientes me acarició, para ese entonces no lo sabía, nadie lo había visto, eran formas encuadradas que llevaban hombres que con sus ojos llenos de encanto, desean tomar una tierra ya ocupada. Con un latente poder, veinte años después en 1525 llegaron, esos que se hacían llamar españoles, aprovechándose de mi agua dulce, quemando la arborización y matando con más fervor para alimentarse.
Todo aquello, a mi percepción era irónico, seres con mismas figuras y condiciones arrebatándose entre sí; batallas, quemas, esclavismo, se hicieron presentes. No obstante, sufría yo de repentinas alegrías por parte de aquellos hombrecitos, sus facundias, todo era en extremo divertido y a veces devastador, cara de niños y madres preocupadas –pensé, es lo peor- ya que no adivinaba lo que se iba a venir.
De repente, hoy estoy en el siglo XXI, en la era de la tecnología, ya mi uso no es el mismo, pero hay algo que sí ha cambiado. Yo. Toda yo. Ya mis agua no es la misma y en tiempos por venganza a esos aventureros que han dañado mi vértebra me desbordo para hacerme notar –parece vano cualquier esfuerzo, me lo repito todos los días-.

Ahora estoy sucia –aunque un sollozo me sale, cuando recuerdo que hay niños que aún me quieren y se divierten en mí- ¿Por qué? me pregunto siempre, no les funcionaba. No era la manera, me han maltratado. No me imagino, al fuerte cacique Gairaca a quien le debo el nombre mandando a su tribu a dañarme. O al llamado Simón Bolívar tomando un café en el jardín como estoy ahora.
No, no lo harían. Y no contemplo la idea de cómo ellos pueden divertirse, sí, estoy tan desastrosa y sucia, pero ¡hagan algo! Mi entraña grita, necesito un cambio o si no, seré un mito más. El calor, la devastación de mi interior me consume, cierro los ojos y suspiro y siento como si fuera el último. No sé cómo descifrar mi queja, solo espero que alguien lo note. –emito la plegaria al cielo- antes una reina ahora una plebeya en vía de extinción.
Comments